miércoles, 10 de septiembre de 2008

Summer Edition-CAPITULO 18

A la mañana siguiente, me levante con una energía inusual, como si durante la noche hubiera recargado las pilas. Me sentía inspirada, con ganas de hacer cosas, así que me duché, me vestí y me senté en la mesa para empezar a escribir el libro sobre religión del señor Fernán.
Una vez tuve un bolígrafo en la mano, me puse a garabatear posibles argumentos para la épica novela de valores que me disponía a escribir. Podía sentirme como Juan Ruiz escribiendo El Libro del Buen Amor.
Llené con tinta negra un par de folios por delante y por detrás (en Lleida ahorramos energía, reciclamos y contribuimos a la recogida selectiva de materiales dividiéndolos en cristal, cartón, plástico y envases y, material biodegradable). Suspiré y me dije que era momento de tomarme un descanso para fumarme un petilla.
Así pues, me lo lié en casa y bajé a dar una vuelta para airearme mientras me fumaba mi canuto de hierba.
Cuando volví a mi casa, tomé aire y me planté frente a otro folio en blanco. Aquella imagen me dio pánico y, con la diestra temblorosa, cogí el boli Bic negro que había estado usando y lo destapé.
Alcé la vista a modo de concienciación para mi propia persona y entonces me percaté de los folios que ya había escrito antes.
Los había aparcado a la derecha de la mesa del escritorio y los alcancé para verlos más de cerca.
-¿Qué coño es esto?- me dije.
A veces sin darme cuenta, dejaba bastante clara mi demencia hablando sola.
-¿Con quién hablas, hija?- oí que me preguntaba mi madre.
-No, con nadie mamá
Volví al folio manuscrito que me concernía. No podía creérmelo, pero no entendía ni papa de nada de lo que acababa de escribir hacía unos minutos. Palabras inconexas, renglones torcidos, rayajos sin significado…
Definitivamente, aquel no era mi día para jugar a ser Cervantes.
Aquello me causó tal desanimo que decidí no escribir más hasta el día siguiente.
Comí con mi familia y después de comer, llamé a la Nicole, pero tenía el móvil apagado. Entonces llamé a Pablo, que estaba por Madrid, a Gerard que estaba ocupado porque tenía que ir a entrenar, Belén alias Radiopatio comunicaba y, parecía no haber nadie disponible con quien pasar la tarde.
Aún tenía el tarjetita con el teléfono de Ángel sobre el escritorio, de la llamada de la tarde anterior. En un principio me propuse no telefonearle por no hacerme pesada y no volver a hacer el ridículo. De todos modos, mi Patrick Bateman particular, era un hombre de negocios y, seguramente estaba ocupado.
Pero las ganas de pasar mi tarde en compañía de alguien, de quien fuera, me devoraron. Así que cogí el teléfono y marqué su número.
-¿Sí?- contestó la voz de Ángel al otro lado.
-Hola, me preguntaba si te gustaría volver a verme…
-Pues claro, sigo estando en Lleida…
-Y bien… ¿estás muy ocupado?- quise indagar sobre la posibilidad de una cita aquella misma tarde.
-La verdad es que no…
-¿Te gustaría quedar dentro de una hora en mi casa, por ejemplo?- propuse valiente.
-Mmmm… mejor cuando oscurezca un poco ¿no?
Se hizo el silencio. ¿Por qué quería esperar a que fuera oscuro? ¿Pensaba llevarme en el Civic a un descampado y descuartizarme allí donde nadie pudiera oír mis gritos?
-¿Por qué de noche?- más valía averiguarlo antes de entrar en su coche.
-Porque ahora en verano, por la tarde, hace mucho calor.
Lógico. Mi lentitud mental y mi fantasía infundada por la cultura que me había rodeado en la infancia, me jugaron juntas una mala pasada.
-Vale, pues… ¿Quedamos después de cenar?- propuse para enmendar mi patinada de neurona.
-¿Te parece bien en la Plaça Ricard Vinyes a las diez?
-Allí estaré.
Media hora antes de la hora señalada, salí de mi casa peripuesta y pizpireta para mi cita. Si no me motivaba el escribir, al menos podía motivarme con la idea de conocer a alguien extrañamente peculiar, interesante y con un torso masculino de infarto.
Como llegué antes de lo acordado, decidí hacer una pequeña excursión al OpenCor que hay en Rovira Roure, dónde antes estaban los multicines Xenon. Entré y compré una botella de vino rosado Faustino VII del 2006. No era un rioja de reserva, pero se dejaba beber.
Esperé a mi cita con la botella en la bolsa, pero pasaba los minutos y al cabo de un rato ya había pasado una hora y había vaciado el botellín.
Cuando ya me iba a mi casa, le vi llegar.
-Llegas un poco tarde ¿no?- le increpé borracha como estaba.
-¿De verdad? En mi reloj marcan las diez, pero… soy una víctima del Jet Lag, puede que me equivoque…
-¡Pero qué fatal te disculpas, amigo!
-Déjame que te invite a una copa…- me miró con ojitos de cordero degollado.
Le mostré la botella vacía en mi mano como si fuera una autentica homeless alcohólica.
-Entonces, acompáñame mientras me pongo yo a tono…- dijo teniéndome una mano.
-No, acompáñame tú a casa… que voy de lado…
Entonces al cogerme, sentí sus bíceps, sus abdominales, sus pectorales de acero… y, sentí la necesidad de besarle.
Cerré los ojos y mis morros se juntaron con los suyos. Lentamente fuimos abriendo sendas bocas y jugando con la lengua por nuestros labios.
Pero los que me conocen saben que mi lengua es kilométrica así que me vi obligada a invadir su boca.
Y allí estaban, dos imponentes colmillos afilados.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Summer Edition-CAPITULO 17

-¡Buh!- algo con voz de Nicole me pasó por delante.
-Hija de perra, vaya sustazo, joder.
-Jajaja- se mofó- Vayamos allí donde la salvia.
-¿Tienes idea de que tipo de ritual tenemos que hacer?- le pregunté.
-A ver, el otro día, para despertarlo, lo que hicimos fue, ir a mirar las estatuas venusianas esas y luego masticamos salvia- me recordó mi amiga.
Acordamos que lo mejor sería pisar sobre nuestros pasos aquella mañana. Así pues, cogimos los bártulos y nos movimos primer hacía las estatuas y después bajamos hacía allí donde creímos ver la zona verde donde se hallaba la planta mágica.
-La masticamos a la vez ¿eh?- le advertí.
Asintió con la cabeza mientras me ofrecía unas cuantas hojas. Nos miramos y con un movimiento de cabeza, indicamos que era el momento.
Dejando la linterna en el fuego, me llevé todas las hojas a la boca. Mastiqué y nada.
-¿Y ahora qué?- preguntó la Nicole al ver que nada aparecía.
-Pues no lo sé.
-AAAAAAAAAAHHHH- la muy diva profirió un gritazo escalofriante y su cara de terror acabó de helarme las venas.
De un salto, me situé tras mi amiga que seguía gritando. Me escondí a sus espaldas mientras sacaba un ojo por encima de su hombro.
Allí estaba nuestro espíritu del jardín, que daba mucho más yuyu de noche. Resplandecía como un ente etéreo y, casi se podía ver a través de él. La capucha era mucho más tétrica en la oscuridad.
-No me enfoquéis con esa mierda de lucecitas ¿eh?- aclaró el espíritu.
La Nicole, temblaba un poco de acojone, pero ambas dijimos con la cabeza que sí, que vale, que no le apuntaríamos con las linternas.
-Ya sé que voy a pedir…-empezó mi amiga.
Por un momento se me pasó por la cabeza lo que tantas veces había oído detrás de esa frase: una tapa de gambas con sal.
Me dio por reírme y no podía parar.
-Oye, ¿te importa?- Nicole se dio la vuelta mucho menos tensa- Estoy pidiendo un deseo.
-Vale, me voy- dije sin dejar de reírme- Estaré en las escaleras de las tías destetadas.
Dejé a la Nicole con el espíritu andrajoso. No tardó mucho en venir dónde yo me había apalancado y empezaba a liarme otro canuto.
-La salvia es una mierda, tía- le aclaré- No podía parar de reírme, ahí, se me han quedado agarrotados los músculos faciales.
-Ya se ha ido.
-¿Qué deseo has pedido?
-Te lo cuento tomando algo.
Cogimos la mochila, con la manta que no habíamos usado y las linternas, dentro. Nos metimos en el Hard Rock Mitjana, un antrito acogedor que hay cerca del parque natural.
Pedimos dos cervezas y nos sentamos en una mesa bastante alejada de la barra, justo al lado donde había una diana de dardos sin enchufar.
-He pedido un hombre- dijo mi amiga después del primer sorbo.
-¿De algún tipo especial?
-Si
Y se hizo el silencio. Nicole parecía haberse quedado atrapada en su pensamiento.
-¿No me vas a contar cómo es el hombre que te has pedido?- me indigné.
-Justo cómo ese de ahí- dijo señalando a un chavalito que entraba por la puerta.
Me quedé con cara de “no me jodas”, pero la Nicole ya no tenía ojos para mí.