miércoles, 7 de mayo de 2008

MAX - Capítulo 6

Lo siento mis queridos lectores y lectrices, pero la tía weird y creepy que soy, se ha pasado unos días haciendo de su vida algo más complicado de lo que debería ser y no se ha podido poner a actualizar esto. No temáis, la espera merecerá la pena, muahahahaha.

Y al jueves, le sucedió el viernes. Y el viernes se abrió paso cual caballero en un poema épico en tiempos de la baja Edad Media.
No estuve mucho tiempo acicalandome y tampoc me puse unas mudas especiales que hubiera estado preparando y pensando a lo largo de la semana... pero allí estava yo en la calle Carmel Fenech, carpetita en mano y más divina que la Jolie.
Miré mi reloj. Eran las nueve de la noche, justo la hora que habíamos acordado. Me disponía a picar al timbre cuando me percaté de que la puerta estaba abierta. La casa estaba oscura y parecía que no había nadie. Andé unos pasos con la luz que me brindaban las farolas del exterior.
Ví una luz tenue que alumbraba lo que parecía un comedor lujosísimo. Estaba decorado con unos muebles de madera tallados al estilo barroco: una enorme mesa de la que provenía la luz se dejaba entrever por un margen de la puerta.
-¿Hola? - dije aún a sabiendas que no iba a haber respuesta.
Cojonudo, pensé. Me veía envuelta en una atmosfera de terror sin comerlo ni beberlo y miedo, no era precisamente lo que quería que me metiera Max.
Busqué un interruptor cerca para darle más luz a la escenografía. Cuando lo encontré, muy a pesar de los que queríais verme en una situación de canguelo fácil al más puro estilo americano de Viernes 13, la luz se encendió sin milagro alguno.
Había abandonado mis pensamientos del campamento de verano Crystal Lake para encontrarme en el recibidor de la casa de mi anfitrión. Entonces noté un bufido en la nuca, como si se tratara del aliento de un perro, caldeado, humedo...
Me dí la vuelta.
-Ah, veo que ya has llegado - Max estaba detrás de mi con una vela en cada mano
-¿Para qué son las velas?
-Para la cena
Seguí sus pasos hacía el comedor. La mesa barroca estaba decorada con un elenco de cosas apetitosas para comer. El chico se había trabajado unos nachos con guacamole y nata ácida, un platazo de patatas fritas con trocitos de beicon y aliñadas con queso cheddar desecho por encima, palitos de pan, platos con Matutano Jamón Jamón, Cheetos, ganchitos, palomitas...
¡Aquello era una manjar!
Mire a Max, que me sonrió de aquella manera tan singular, como lobuna. Me dijo Bon apetite y nos pusimos a cenar todo aquello.
-¿Qué apuntes necesitas?
-Nena, dejémos los apuntes para otro día...
Aquello me pareció una idea sublime. No tenía ningunas ganas de ponerme a explicarle formulaciones de alcoholes, ácidos y bases, así que me dispuse a disfrutar de la cena sin mencionar más asuntos de las clases.
-¿Has estrenado ya la camisa que te regalé?
-No, todavía no...- respondió como nervioso y esquivando mi mirada.
Aquella no era una reacción natural. No sé como ni porque, pero el asunto de la camisa nunca lo había tenido muy claro. Había otra mucha gente que podía haber ido al Springfield y haber comprado una camisa igual. Aún así tenía que asegurarme...
-Oye, ¿porqué no te la pones cuando acabemos de cenar?
-Vale, había pensado que podríamos beber algo aquí en casa y...
-Bueno, el alcohol hará de la seducción algo más llevadero. Me gusta como piensas.
Terminamos de cenar sin terminarnos ninguno de aquellos platazos, a excepción de los nachos y las patatas con beicon y cheddar. Max me dió un vaso y abrió el mueble-bar.
¡Allí también había de todo!
-Bueno, mientras pienso que voy a servirme, ve a ponerte la camisa de leñador- dije como si acumulara toda la sabiduría del mundo.
Ví alejarse su cabellera rubia mientras subía por la escalera.
Los padres de Max tenían tequila, pero no lo suficiente bueno para mi paladar. Tanto es así que cojí la botella de Jose Cuervo y me llené el vaso hasta el segundo cubito para rellenar el resto con lima. Entonces él bajó.
-¿Contenta?
Llevaba la camisa puesta y se la estaba abrochando... Se me cayó el orgullo al suelo. Mis especulaciones habían sido completamente infundadas por la fantasía que marea mis neuronas constantemente. Todos los pensamientos de Max como posible licantropo o como ingrato se desvanecieron al primer pestañeo.
Me avergoncé de haber desconfiado de él y me puse a mirar la alfombra persa de su comedor. Todo era lujo y distinción de aquella casa.
Entonces se acercó hacia mi y me tomó de la barbilla subiendome la cara. Nuestros ojos se encontraron y las miradas siguieron las manos y más tarde cedieron los labios que sellaron las palabras que no hizo falta decir.
No pude recordar mucho más de aquella noche. Sé que bebimos mucho, que la camisa de leñador quedó apartada a un lado del sofà y que, más tarde decidimos salir e ir al Trivial a jugar a dardos.

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